EL AMANTE DE FUEGO
Otra vez sábado noche, por
fin un descanso después de una semana dura de trabajo. Pero solo es un sábado
más, una noche más en la que me quedaré en casa sólo y con la única compañía de
mi gata Azuara y alguna vieja película en blanco y negro. Son las que más me
gustan, odio el cine actual, demasiado artificial, demasiados efectos
especiales.
Y así llevo más de diez años, desde la última vez que salí a
bailar, después de aquella noche fatídica que marcó mi vida para siempre. Una
noche que asalta todos mis sueños y que llena mi corazón de inquietud y
angustia.
Tan sólo las visitas a mi psicólogo me reconfortan. Él
siempre me dice que he de enfrentarme a mi pasado, y tal vez tenga razón.
También me dice que he de abandonar mi soledad y salir a conocer gente.
Aquella noche la soledad me aplastaba más que nunca, así que
después de pensarlo mucho, me preparé con mi mejor ropa, unos pantalones
negros, una camiseta roja y mi vieja chupa de cuero, fueron suficientes, así
que me mire en el espejo de la entrada y me dispuse a buscar un buen sitio para
bailar y conocer a alguien.
La noche comienza a caer
sobre Madrid cuando salgo de casa. Siempre cuando salgo de casa a trabajar cada
mañana, lo primero que veo es la Puerta de Alcalá, pero hacía muchos años que no
la veía con los últimos rayos de sol iluminando su belleza.
Aún es pronto, así que será mejor que coma algo antes de
buscar un buen sitio para divertirme.
Una leve llovizna comienza a mojar mi rostro y entro en un
bar dispuesto a comerme una ración de patatas bravas con una cerveza. Pareciese
que nada había cambiado en todo el tiempo que había pasado sin salir por la
noche. La misma gente, las mismas conversaciones y en la televisión un partido
de fútbol que todos miraban como si la vida les fuera en ello.
No me demoro demasiado en degustar mi cena, el ambiente de
este tipo de bares siempre me ha parecido sórdido y decadente, como si el mundo
se hubiera detenido cuando cruzas la puerta.
Comienzo a caminar de nuevo por las calles de Madrid, y no
tardo demasiado en pararme en la puerta de un local. "Este podría ser un
buen lugar para empezar la noche" -pensé- . Así que tras pagar la entrada
que me daba derecho a la primera copa, entré al local.
Creo que he llegado
demasiado pronto, la sala está vacía y tan sólo puedo ver a un par de camareros
en cada una de las dos barras y al dj que desde lo alto de su cabina comienza a
pinchar sus primeros temas. Algo tranquilo para comenzar, así que me dirijo a
una de las barras y sentándome en un taburete le pido al camarero un gin tónic.
-¿Como lo quieres?-
La pregunta me desconcierta y ante mi estupor y falta de
respuesta, el camarero me sirve lo que le he pedido, mientras me comenta. -Eres
el primero, pero en un par de horas, esto se pone a tope-. Estuvimos hablando
durante un rato, no recuerdo el tiempo, hasta que los siguientes clientes
entraron. Una pareja de chico jóvenes, de no más de 20 años. Decidí sentarme en
una de las mesas que rodeaban la pista de baile, mientras el dj, comenzaba a
poner música cada vez más animada. No conocía ninguna de las canciones, quizás
había pasado demasiado tiempo desde mi última salida y me había desconectado
bastante de los gustos actuales.
Esa falta de interés por lo que estaba escuchando, hizo que
mis pensamientos comenzaran a fijarse en la sala, entonces me invadió una
extraña sensación. Sentía como si ya hubiera estado allí antes, pero todo
parecía muy distinto, los sillones, las paredes, la pista de baile, me traían
recuerdos, pero era imposible, yo jamás había estado allí.
Poco a poco la gente fue
llegando, gente de todo tipo, un público heterogéneo, parejas, personas solas y
de todas las edades. Parece ser que es uno de los sitios de moda en Madrid y
oigo comentar que un poco más tarde habrá actuaciones.
Haber llegado tan pronto me dio la posibilidad de tener un
sitio privilegiado cerca de la pista, poder observar y también ser observado, la
música ya estaba en su culmen y la pista comenzaba a llenarse de personas
dispuestas a disfrutar.
Me fui olvidando de la extraña sensación de haber estado
allí, la música y el par de copas que ya me había tomado, lo habían conseguido,
aunque aún me resistía a saltar a la pista.
Me limitaba a observar a la gente y me quedaba absorto con sus
movimientos, está claro que me había quedado desactualizado después de tanto
tiempo.
De pronto mi ojos se fijaron en una mujer, bailaba sola en la
pista, parecía que nadie la acompañaba, aunque no parecía importarle, sabía cómo
disfrutar de la música.
No puedo determinar su edad, pero no creo que se aleje
demasiado de la mía.
De pronto su mirada se dirigió a mí, sus ojos se clavaron en
los míos y la extraña sensación de conocerla volvió a inundarme de inquietud...
Su mirada era penetrante,
pero triste, sus bellos ojos relataban una absoluta soledad. En mitad de la
pista de baile, rodeada de gente, pero sin que a nadie le importara su
presencia, tan invisible como el viento. Sus ojos sobre los suyos y los suyos
sobre los míos, tocándonos con la mirada, como si quisiéramos poseernos sin tan
siquiera tocar nuestras pieles, sin tan siquiera cruzar nuestras palabras.
Ambos invisibles para el resto del mundo, para el resto de
los mortales. Como si en aquella discoteca sólo estuviéramos nosotros solos, solos
entre la multitud. No importaba la música, no importaban las luces, éramos dos
almas en la bruma.
Aquellos ojos me habían embrujado, habían poseído mis
sentidos.
De pronto, sentí en mi hombro una mano que me despertó de mi
letargo. Era el camarero, que me ofrecía otra consumición. Asentí con la
cabeza, pero cuando volví la mirada a la pista, aquella mujer había
desaparecido.
Me preguntaba donde habría
ido, había desaparecido de pronto, sólo alejé mi mirada por unos instantes de
la pista de baile, pero fueron suficientes para perderla de vista. Me levanté
de mi asiento para buscarla con mi mirada, pero no lograba verla. Comencé a
caminar por toda la discoteca, que ya estaba abarrotada de gente. Pero mi
búsqueda fue fútil, parecía como si se hubiera volatilizado. Pregunté a los
camareros, pero ninguno había reparado en la presencia de aquella mujer.
El alcohol ya comenzaba a hacer sus efectos en mi vejiga, así
que me dirigí a los baños, con la urgente necesidad de expulsar parte de ese
alcohol.
Al entrar, sólo un hombre ocupaba uno de los urinarios, pero
preferí esperar a estar solo. Mientras me coloqué frente a uno de los espejos y
comencé a mojarme la cara y arreglarme un poco el pelo. Bajé la cabeza un
segundo y luego miré de nuevo el espejo, mi sorpresa fue que pude ver a aquella
mujer reflejada, sorprendido por su presencia en el lavabo de hombres.
Rápidamente volví mi mirada hacia atrás y ya no estaba, al tiempo que la puerta
de los baños se cerraba.
Es mejor que me olvide de
esa mujer, tal vez sólo está en mi cabeza o tal vez sólo quiera tomarme el pelo.
Siempre he sido un hombre insignificante, una sombra invisible entre la
multitud. ¿Por qué ahora alguien habría de fijarse en mi si no fuera para
burlarse o para gastarme una broma pesada? Nunca tuve una relación con nadie,
nunca tuve amigos, o al menos mi memoria no lo recuerda.
El baño se vuelve a llenar de gente, así que me apuro para
satisfacer mis necesidades y salir rápido de allí, nadie repara en mi
presencia, una vez más.
Pero cuando salgo, la imagen de aquella mujer vuelve a mi
cabeza, no soy capaz de escapar de su influencia, no puedo evadir mis
pensamientos y una extraña fuerza, involuntaria y atroz me empuja a seguir
buscando.
Ya no veo el rostro de la gente, ya no escucho la música, es
como si el tiempo se hubiera detenido y todo fuera a cámara lenta.
Absorto e imbuido en la búsqueda, me tropiezo y caigo al
suelo en medio de la multitud, pero nadie repara en mi caída y todos siguen
bailando a mi alrededor, ajenos a mi angustia.
Alzo la mirada, mi vista
está nublada y los rostros de la gente indiferente se me muestran borrosos,
como en una bruma que ciega mis sentidos.
Todos bailan a mi alrededor como en un aquelarre fatídico,
ignorando mi presencia, mis oídos escuchan la música y las risas en la lejanía.
De pronto un rostro nítido se muestra ante mí, era de nuevo
aquella misteriosa mujer que me miraba fijamente y me ofrecía su mano, que me
ayudó a levantarme y en un suave susurro me dice:
-Levántate y ven
conmigo.
Me incorporé rápidamente, intentando tocar su rostro y por
fin desvelar su identidad, pero ella me dijo:
-Pronto sabrás quien
soy, tu mente ha estado nublada, y tus recuerdos se han borrado, pero yo te lo
mostraré, los recuerdos volverán y llegará el momento de que sepas la verdad. Tú
has venido hoy hasta mí, ya estás preparado.
No pude articular ninguna palabra, tan sólo seguir a aquella
mujer, una fuerza me empujaba a ello, sin poder resistirme, sin poder escapar.
La seguí hasta un lugar
apartado de la discoteca, un rincón que no había sido remodelado, un lugar que,
si me hizo recordar, no era la primera vez que entraba allí, aquel rincón
provocó que mis recuerdos volvieran a invadir mí memoria. Pero de todo aquello
sólo quedaban un montón de flores secas y frescas que delataban por un lado el
paso del tiempo, pero también como el resto del mundo no había olvidado la tragedia
allí ocurrida. Y aquella mujer me dijo:
-Quizás ahora recuerdes
el pasado, aquella noche atroz en la que de repente todo cambió. Cuando las
llamas de pronto y sin avisar devoraron todo a su paso. Todos corríamos
despavoridos, intentando salvar nuestras vidas. Pero no todos conseguimos
hacerlo y algunos nos quedamos atrapados en este lugar, dejando nuestra vida
escapar. Mira bien mi rostro, es el de tu esposa, la que has olvidado, aquella
que dejaste morir entre las llamas. Podrías haber salvado mi vida, yo suplicaba
sin consuelo, pero tu corrías, sólo te importaba salvar tu vida. Miraste hacia
atrás y viste mi cuerpo como se consumía entre las llamas, pero tu cobardía te
venció.
Desde entonces estoy atrapada, esperando que volvieras, y
aquí estás.
Y ahora ya que no salvaste mi cuerpo, espero que salves mi
alma.
De repente, todos los
recuerdos volvieron a mi mente, todo lo olvidado había sido recordado y
aquellos años que viví ignorando mi pasado volvieron a atormentarme.
Una pesada losa cayó de repente sobre mi cabeza, jamás podría
vivir con aquel remordimiento, deje atrás a mi amada, mi vida, mi ser. Pude ver
como moría sin hacer nada por ella, y mi mente prefirió olvidarlo todo, a
afrontar la realidad. Pero el pasado vuelve tarde o temprano. Y allí estaba
frente a mí, dispuesta a perdonarme y a vivir la eternidad a mi lado.
Y fue una fuerza inexplicable la que puso en mi camino aquel
recipiente de gasolina, mis propias manos fueron las que rociaron mi cuerpo y
con tan sólo una cerilla comencé a arder. Un dolor intenso recorrió mi cuerpo
durante unos eternos minutos y después la nada.
El dolor había cesado, mi amada me cogió de la mano, y juntos
comenzamos a caminar entre la oscuridad, camino de la luz.