LA ARQUITECTURA DE APOLO NO EXISTE
Cuando casi por casualidad, me encontré con Heliogábalo, era un ser casi inexistente, borrado por la historia y apenas citado en los libros sobre Roma.
Reconstruir su vida, se convirtió enseguida en mi prioridad, en un trabajo que se podía asemejar a la arqueología. Un edificio, del que al principio tan solo encontré los cimientos, algún vestigio olvidado en algún libro y alguna página de internet que le mostraba como un hombre, mas bien niño, de unas costumbres extrañas, entre la locura y la depravación.
Mitos, leyendas y alguna fantasía un tanto inconexa. Un cuadro de Lawrence Alma-Tadema, llamado "Las Rosas de Heliogábalo, que ilustra la portada del libro y muestra uno de los episodios más épicos e increíbles del mito de Heliogábalo. Un libro de Antonin Artaud, que, a modo de ensayo, nos describe a Heliogábalo de una forma más abstracta que funcional, pero que sirve como perfecto punto de partida para un relato, que forzosamente ha de caminar por los senderos de una ficción construida con visos de verosimilitud.
Algunos retazos de la obra de Dion Casio, contemporáneo del joven emperador y que se convierte por el bien de la narración en personaje esencial del engranaje de la historia, sirven también para seguir con la reconstrucción.
Y con todos estos elementos, comienzo con la reconstrucción de un edificio llamado Heliogábalo. Y para esta reconstrucción, y con el fin de que el edificio sea sólido, a la vez que bello. Habría de construir los elementos inexistentes, con mi imaginación, al fin y al cabo, es la labor de un escritor de ficción histórica.
Una base fundamental para construir esta historia, y cualquiera pienso yo, son los personajes que rodean a Heliogábalo. Y que en este caso se me antojan imprescindibles en esta reconstrucción. Sin dudarlo, su abuela, Julia Mesa, base fundamental en los acontecimientos que rodean al emperador. Y que, en un arranque de arrepentimiento vital, se convierte en narradora de su propia infamia.
Un punto fundamental de esta reconstrucción es el conocimiento de la dinastía a la que Heliogábalo pertenece, es decir la Severa. Desde su fundador, el emperador Septimio Severo, hasta el último y sucesor de Heliogábalo, Alejandro Severo. Pasando por Caracalla y su hermano asesinado Geta, y el usurpador Macrino.
Aunque no son los emperadores de la Dinastía, los que influyen en la extraña personalidad de Heliogábalo y como no podía ser de otra forma, dada la sociedad matriarcal en la que el joven emperador crece, son las mujeres las máximas influyentes. Desde la ya citada Julia Mesa, su madre Julia Soemia y su tía, y madre del último emperador, Julia Mamea. Introducidas en la corte romana, por una de las mujeres mas influyente de la antigua Roma, Julia Domna, esposa de Septimio Severo, madre de Caracalla y Geta y hermana de Julia Mesa.
El edificio va tomando forma y las columnas principales están en pie. Ahora toca modelar la personalidad del protagonista, es decir Heliogábalo. Una personalidad que va "creándose", en el momento en el que con tan solo 5 años es nombrado sumo sacerdote del dios El-Gabal, ocurre pronto, demasiado pronto, como todo en la vida de Heliogábalo.
Y así cuando llega a ser emperador, con catorce años, ya se había forjado una personalidad difícil y caprichosa, capaz de casi todo con tal de conseguir lo que deseaba. Una locura que va aumentando, hasta una locura final, casi insoportable, incluso para su propia familia.
Imprescindibles los personajes, que se convierten en víctimas de una personalidad absolutamente errática y que son el cemento que dan cohesión a los diferentes elementos de este edificio y en algunos momentos adornan sus diferentes estancias, para dar calidez y una cierta credibilidad a los momentos mas "hilarantes" de la vida del emperador.
Sus diversas esposas, sus amantes masculinos, Hierocles y Zotico, por no hablar de los "doctores" que recibieron por parte de Heliogábalo, la petición de su cambio de sexo.
Todos estos elementos, y alguno más, son los que reconstruyen una vida olvidada y deliberadamente enterrada. Es la imaginación de cada uno, cuando contempla las ruinas de un monumento, la que ha de recrear, como había sido aquel edificio en su máximo esplendor